A mediados de octubre de 1930, Iturbi volvió a los EUA. En su primer concierto en el
Carnegie Hall, las 3000 localidades de la sala fueron insuficientes; la gente se amontonaba
para entrar y por ello, varios cientos de sillas tuvieron que colocarse sobre el escenario.
Al día siguiente, Olin Downes fue tan efusivo en sus elogios como lo había sido el año
anterior.
“… Hubo hermosos claroscuros en la obra y las melodías fueron cantadas con
sensualidad. El público reaccionó con entusiasmo”.
El Evening Journal de Nueva York, para no
ser menos, publicó: “Con su toque de terciopelo, él es prácticamente único entre los pianistas
gracias a su suavidad de expresión”
No obstante, no todo era puro y simple talento, lo que convirtó a Iturbi en la sensación del
momento. Nunca arrogante ni falsamente modesto, Iturbi manifestaba que “no era el más
grande pianista vivo, pero tampoco el peor”. En el Evening Journal se podía leer: “Tiene una
rara personalidad que atrapa en la cual ni las formas afectadas ni las maneras del virtuoso
toman parte. Ciertamente, su presencia en el escenario, cuando no está poseído del calor de la
actuación, es deliciosamente informal.”
Dotado de un flamante sentido del humor y exento de pretensiones, Iturbi hacía amigos por
donde quiera que fuera. Sin embargo, fue también en 1930, cuando el temperamento de quien
sería el famoso Iturbi saldría a la superficie. En un concierto matinal en Washington DC, al
cual asistía la esposa el presidente Hoover, Iturbi paró en seco la interpretación de una sonata
de Mozart y no continuó hasta que una asistente que no paraba de toser hubo salido de la sala.
A comienzos de 1932, presentó por primera vez el clavecín en sus conciertos tras lo cual
Downes escribió: “Su interpretación fue un prodigio de claridad, precisión y brillantez”. A
continuación, tocó el Concierto en Mi bemol de Liszt que fue aclamado con peticiones de “bis”
que finalmente tuvo que ser concedido. “¿Cuántos pianistas, se preguntaba Downes podrían
haber tocado el concierto de clavecín de Haydn y después el centelleante de Liszt?
En mayo, Iturbi regresa a París para volver a final de año a los Estados Unidos. Y esta vez
para echar raíces, y aunque no llegó a hacerlo realidad, estuvo a punto de cambiar el rumbo de
su carrera. Tenía contratados 3 conciertos en Mexico DF y 10 más en otra ciudad del país. Era
prácticamente desconocido en ese país, a pesar de su fama en Canadá, Estados Unidos y otros
países de América del Sur.
En esta época, Jean Dalrymple, quien llegaría a ser uno de los nombres de más éxito en
Broadway, sería gran amiga de Iturbi y así permanecerían hasta el final de sus días. Durante el
viaje a México, acompañó a Iturbi y a su hija María y permaneció con ellos durante toda la gira
encargándose de escribir comunicados de prensa que serían difundidos por los diarios
norteamericanos.
Solo 300 personas asistieron a la presentación de Iturbi en la capital mexicana. Darlymple
se mostró consternada por el enorme y vacio teatro Abreu. Pero cuando Iturbi se presentó por
segunda vez, a las 11 de la mañana de un domingo, se habían agotado las localidades. El boca a
boca había funcionado rápidamente y antes de finalizar todos sabían que los 3 conciertos no
serían suficientes. A partir de esa semana y hasta julio, Iturbi ofreció dos conciertos por semana
hasta cumplir casi 30 presentaciones.
Y fue en México donde Iturbi percibió la oportunidad de empuñar la batuta y así lo hizo.
Puso un anuncio en la prensa local, realizo audiciones y en pocos días formó su propia
orquesta. Empezó con solo 40 músicos y los ensayos fueron inmediatos e intensos. Al final de la
serie de conciertos, los instrumentistas llegaron a 110.
Su primer concierto, el 25 de mayo, tuvo un éxito arrollador. Los mexicanos enloquecieron.
Solomon Kahan, un crítico musical residente en México, quien solo una semana antes había
alabado hasta el infinito las virtudes de Iturbi, escribía “su más grande talento y su vocación
verdadera es la de director de orquesta”. Según la revista American Mercury, los mexicanos se
rindieron ante Iturbi como no lo habían hecho con ningún español desde los días de Hernán
Cortez”
La conquista mexicana terminó el 8 de Julio en el teatro más grande de la capital donde las
4 mil entradas se vendieron de inmediato. Cuando el concierto comenzó, otra multitud entró
para presenciar el concierto de pie mientras otros cientos escuchaban fuera del teatro.
Ese fue el programa más emocionante de todos con un programa Beethoven que incluía la 9ª
Sinfonía, ofrecido por primera vez en aquel país, con un coro de 300 voces, de coralistas
mexicanos y alemanes. Jean Darlymple escribió “Fue la interpretación más gloriosa que jamás
escuché”. El público gritaba, daban vivas, sacaban sus pañuelos, golpeaban el piso, echaban
sus sombreros al aire y lloraban sin vergüenza. Jean D. perdió la cuenta de los telones
levantados y el público aplaudió puesto en pié durante más de media hora.
Iturbi volvió a los Estados Unidos llevando consigo la corona de laurel del conquistador –en
sentido figurado- pero aún tenía que probar al público americano que sus triunfos en México
no habían sido una casualidad. El 13 de agosto, Olin Downes –principal defensor del Iturbi
pianista- manifestó algunas dudas en su artículo titulado “El virtuoso como director”: Los
nombres de virtuosos que lanzan sus miradas a la batuta son legión. Sin insinuar nada sobre el
señor Iturbi, podemos decir que el número de los que aspiran es considerablemente mayor que
los que lo logran”.
Pero cuando Iturbi apareció con la Filarmónica de Nueva York en el Estadio Lewisohn, las
dudas de Downes –y las de la propia orquesta- desaparecieron. Las críticas de la mañana
siguiente hablaron de Iturbi asi “… juzgando de una manera desapasionada uno podría haber
pensado que se trataba de un director veterano.” El crítico continuaba: “… pero fue en el
concierto de piano en el que Iturbi, como director y pianista tuvo su mejor momento. La obra
fue construida con pasión y sumo cuidado. Hubo un entendimiento total entre la orquesta y el
piano, ya que ambos fueron guiados por una única idea.”
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